Dentro de la diplomacia latina y otras latitudes del mundo, el statu quo se utiliza para mantener invariable el estado de los hechos o de las cosas, previamente establecidas, a fin de evitar situaciones que pudiesen alterar su orden en determinado momento. Igualmente, cuando se ve amenazado, el statu quo emplea mecanismos esenciales que establecen su dominio, significando que, para anular o cambiar su hegemonía, deberá ocurrir un sinnúmero de eventos o acciones radicales que sean contrarias a las ya concluyentes.
En ese contexto, el magnicidio que segó la vida del presidente de Haití, Jovenel Moïse, la madrugada del miércoles 7 de Julio, simboliza una de las tantas formas en que opera el statu quo —en término de consecuencia—, por lo que será casi imposible de esclarecer cuanto ocurrió detrás del nefasto suceso que eliminó físicamente al mandatario haitiano e hirió gravemente a su esposa, la primera dama, Martine Moïse, quien sobrevivió milagrosamente, aunque es poco probable que pueda referirse públicamente al tema.
Sin embargo, no cabe duda de que, el asesinato de Jovenel Moïse, formó parte de una conjura a gran escala que incluyó a importantes sectores de la oligarquía, política, militar, religiosa, diplomática y empresarial, en Haití, quienes decidieron terminar con las pretensiones de querer transmutar la balanza de privilegios que benefician enormemente al monopolio de las élites que controlan la totalidad de los procesos que generan grandes capitales económicos a costa de las necesidades del pueblo haitiano.
El extinto presidente haitiano, entendía que la solución a los graves problemas que enfrenta esa empobrecida nación, tenía respuesta en una mejor distribución de los recursos, entre todos sus habitantes. Por esa razón, convocó un referéndum, para impulsar una nueva Constitución, moderna e inclusiva, mediante la cual fomentaría la creación de empleos a través de la reforma energética, la protección del medioambiente y el desarrollo ecoturístico y agroturístico del país.
Jovenel Moïse, fue un próspero empresario bananero, neófito de las lides políticas, en cuyo discurso se destacaron, su origen rural y su éxito empresarial: cualidades que promovió como un referente de superación para alcanzar la meta. Fue así, como logró convertirse en mandatario del país más empobrecido de América, en donde la desigualdad y la falta de oportunidades, forman parte del largo viacrucis existencial de la población.
Luego, al llegar a la presidencia de la república, sus ideas, fueron seguidas por acciones polémicas que atentaron en contra de los intereses de la retrógrada claque política y empresarial, quienes sintiéndose afectadas, pusieron un ultimátum, no solo al mandato del presidente, sino también a su integridad física, mediante argumentos espurios que acusaban al novel mandatario, de querer violentar la constitución para instalar una dictadura.
No obstante, Jovenel Moïse, quien juró como presidente de la República de Haití, en el año 2017 —un año después de lo establecido por la ley, producto de las protestas que obligaron a repetir los comicios que también ganó en las elecciones del año 2015—, murió defendiendo un legítimo mandato que consideraba correspondía terminar en el año 2022.
La maquinación salió a la luz, cuando entonces, en medio de la crisis, el presidente Jovenel Moïse, denunció un intento de Golpe de Estado, donde, además, alertó a la comunidad Internacional, sobre una conspiración en su contra, por parte de grupos a quienes llamó: “poderosas familias y empresarios que controlan los recursos del país”. También, los calificó como: “mafias que intentaban desestabilizar al gobierno, porque estaban siendo desplazadas”.
El eje fundamental de la disputa por el poder en Haití, consistió en que conforme había denunciado la oposición política, el entonces presidente haitiano, debió haber concluido su mandato en febrero del 2021. Empero, Jovenel Moïse, tenía una interpretación distinta del tema, lo cual cerró la ventana al diálogo, con posiciones muy radicales que presagiaron un desenlace poco alentador.
La oposición política, por su parte, anunció que nombraría una comisión de transición, para elegir un presidente interino que debía llamar a elecciones en un plazo de dos años, Mientras tanto, el gobierno, por su parte, llamó a un referendo constitucional, para aprobar una serie de reformas que, entre otros elementos, permitiría la reelección presidencial, por dos periodos consecutivos —algo que está prohibido en Haití, desde el fin de la dictadura de los Duvalier, en el año 1986—.
La controversia sobre el final del mandato presidencial y la polémica reforma constitucional —que también intentaba cambiar el orden del statu quo—, despertó un proceso de agitación social, en espiral, que hizo proliferar la protesta, el crimen y el secuestro, forzando un clima de inseguridad e inestabilidad, política y económica, que mantuvo sumergida, la población, en una desolada incertidumbre que obligó al gobierno, a militarizar las calles del país.
Este trágico acontecimiento que enlútese al hermano pueblo haitiano y consterna el resto del mundo, tiene sus raíces en la constante escaramuza de las mafias que oprimen a los países más pobres, aprovechándose de su corrupta tradición política, mientras actúan amparadas en sectores oscuros de la mal llamada Comunidad Internacional, cuya intromisión en asuntos internos de esos países, no es para “mediar” en sus conflictos, sino, para proteger sus intereses.
La crisis haitiana, puso en marcha un complot que permitió dar una rápida solución a un problema que conducía hacia un callejón sin salida, en términos de afectación del interés de los grupos poderosos que tienen más de cinco décadas, robando y saqueando, al Estado, haitiano. Ahora, la historia, será contada, pero, sin su principal protagonista: Jovenel Moïse, quien, nunca jamás, volverá a subirse en un escenario para elevar su voz, en contra del statu quo.
¡Descanse en paz, presidente!
Por Fitzgerald Tejada Martinez