A todos los seres humanos nos pasa que, se nos vuelve difícil, casi imposible, distanciarnos de las personas, las instituciones y los contextos sociales, con los cuales tenemos vínculos cercanos o relaciones afectivas.
Alejarnos se nos convierte en una odisea y, es natural, pues suele ocurrirnos que, asumir la decisión de la separabilidad de las de personas y relaciones que forman parte de nuestra historia, con las cuales, se han construidos vínculos generacionales e intergeneracionales, nos resulta, en múltiples ocasiones, extremadamente doloroso, y es que esos amigos, lugares y momentos, donde y con quienes hemos construidos momentos valiosos de nuestra vidas, secretos de la infancia, travesuras y juegos, en algún momento solidaridad, comportamiento de empatía recíproca, esos seres humanos con los cuales también aprendimos a conocer el amor, la reciprocidad, el amor filial y social, como expresión sana y auténtica de una relación, de alguna manera se convierten en parte de nuestra vida.
Es por la incapacidad de renunciar a esos sentimientos y emociones, que nos quedamos, a veces sin darnos cuenta, atrapados y atrapadas, en ese momento, en esa historia, en esos recuerdos que nos producen gratificación, compensación emocional, y optamos por quedarnos ahí, en ese instante de felicidad que nos producen esos recuerdos, perdiendo a veces la capacidad de darnos cuenta que con ellos se nos va la vida, se escapa el presente, pues es tan difícil imaginarnos lejos de esas personas y escenarios que nos somos capaces de establecer límites, de marcar fronteras y vernos en tiempo real, aquí y ahora, yo y mi mundo, yo y mi círculo real y protector.
Poner límite significa delimitar, marcar, sombrear, establecer el cómo nos relacionamos con los demás y cómo vamos a permitir a los demás acercarse o no a nosotros, para ello debemos tener claro sobre qué papel juegan los demás y los contextos en nuestras vidas, ¿qué me suma en positivo?, si esas personas me quieren por lo que soy o por lo que son cuando están conmigo, por los beneficios tangibles e intangibles que obtienen con mi cercanía.
¿Qué tan cuidador o protector auténticamente suelen ser?, ¿cuál es su aporte a mi crecimiento social, afectivo y emocional?, y ¿qué obtengo con este vínculo?, ¿qué tan real es?, ¿es único o lo puedo recibir en otro lado? Y la pregunta más difícil que nos debemos hacer y responder, ¿Cuál es el costo de este vínculo?, ¿qué gano o qué pierdo?, ¿qué ocurrirá en mi vida si este escenario, situación o persona deja de existir?, ¿dónde voy a estar?, ¿cómo será conocer otro mundo, otras personas, y vivir otras experiencias?
La obra: «Ahora, ahora, que vuelvo Ton», de René del Risco Bermúdez, retrata la nostalgia de la separación y la dificultad que tiene un ser humano para distanciarse emocionalmente de sus recuerdos de infancia, a pesar de los procesos de desarrollo y éxito profesional, hasta que, en busca de reencuentro con esos momentos ya pertenecientes al pasado, se encuentra con la triste realidad de dos mundos diferentes entre él, y su atesorado amigo Ton.
No marcar nuestros límites, nos expone a sufrimientos innecesarios e incluso puede desencadenar en situaciones de violencia emocional, física o social, porque, creemos y minimizamos, la realidad del contexto, la situación o las personas, pensando que podemos transformarlo, que podemos cambiarlo y, con ello, perdemos la perspectiva de con quienes y donde realmente estamos, porque perdemos el horizonte, sobre quiénes somos, sobre nuestro rol, la percepción de riesgo, y nos quedamos con la esperanza, con la fe, en lo que fue, con la confianza en ese sentimiento que alguna vez nos unió, pues, muchas veces no tenemos el valor para enfrentar el dolor de la separación que nos impones marcar límites.
Es que, simplemente, no tenemos la fuerza para diferenciarnos, para individualizarnos, decir adiós, cambiar el paso, aplicar contacto cero, cambiar los escenarios comunes, hacer nuevas rutinas, reinventando un mundo afectivo, sin esa persona que ya no nos conviene.
Poner límites claros es una acción necesaria para la prevalencia de lo que con tanto esfuerzo nos ha costado construir. Asumir el dolor de la separación, del distanciamiento es una tarea realmente, en muchos casos, complicada que puede requerir acompañamiento profesional.
Pues, en ocasiones, ese otro del cual, tenemos que separarnos, se ha convertido casi hasta en nuestra piel, y de alguna manera, cuando logramos avanzar hacia cierta estabilidad en la vida, esas personas que no han logrado dar el paso de valores, el paso de fuerza, de valentía para superar barreras, suelen utilizar manipulación, como un lenguaje basado en las relaciones de víctima tales como: ¡ahora me deja!, ¡ahora te da vergüenza estar conmigo!, ¡así me pagas todo lo que he hecho por ti!, y un sin número de enunciados destinados a conectarse con el dolor y la culpa que, el distanciamiento, porque también es probable que en algún momento de nuestras vidas, nosotros hayamos pensado que tenemos la responsabilidad de ayudar a esa persona hasta el final, sentimos culpa de haber avanzado en la vida, y esa persona no, y minimizamos la capacidad de daño que el otro tiene, porqué nos han enseñado un amor romántico que todo lo puede, todo lo perdona, que todo lo tolera. Un amor romántico que es un superhéroe que va a llegar ante cualquier situación de crisis o conflicto y se va anteponer como un escudo para que, el otro, no nos haga daño. Y, no, la realidad nos demuestra que no.
El amor romántico no existe, ni hacia las personas, hacia los escenarios ni para los recuerdos.
Es fundamental entender que las personas tienen capacidades cambiantes, que quién siempre ha manipulado, nunca tomado en cuenta nuestros sentimientos, ha irrespetado para aprovecharse y destruir lo que quizás con tanto esfuerzo hemos construido ante la sociedad, jamás va a poder tener una conexión emocional empática.
Para poner límites tenemos que tener la capacidad de decir adiós y decir adiós como un gesto también de amor hacia nosotros mismos, decir adiós como una expresión de protección, como una acción de valor hacia la vida y sobre todo ante esa vida que con tanto esfuerzo hemos construido
En toda relación pregúntate
¿Cuál es esa línea que nos une y nos separa de los demás?
¿Cuáles son esos comportamientos a los que te sometes para estar con otra persona?
A quién le importo como ser humano, quién realmente te valora por el ser humano que eres?
¿Quién te deja más ganancias que pérdidas?
¿Cómo deseas que te vean de tu legado de tu historia?
Es posible que en algún momento siento que no tienes la fuerza, que no eres capaz, que no lo puedes hacer, emocionalmente te sientes en deuda con los demás, que no es justo, que necesita dar una oportunidad, aun así, si a la suma de los aportes de cada relación en tu vida tienes que ceder siempre a algo o explicar demasiado. Es muy posible que necesites ayuda para trabajar el dolor de la separación para poner límites claro y aprender a lidiar el dolor de la separación, de la distancia.
El dolor de marcar límites pasa, se sana, se cura, la vida se restablece, en el caso contrario vivirás muerto en vida, atado al quizás, al tal vez, o al por qué. Vivir en libertad es hoy.
Por Fior D´Aliza Alcántara Montero
*La autora es psicóloga social y clínica. MA.