Este joven increíble, cuya trayectoria nos llena de orgullo, reconocido por la destacada carrera de la natación y poseedor de un atributo en decadencia, como es la sencillez, puede afirmar a viva voz, que, como dicen en nuestro país, “nació como la auyama.”
Al escuchar su testimonio en el programa de Mariasela Álvarez, no pude dejar de sorprenderme, pues nunca en mi vida había oído hablar de este pez, que además de su forma tan extraña, pues se puede confundir con una piedra, su principal característica es ser venenoso, capaz de esconderse en su entorno, portando el veneno tóxico en sus aletas espinosas.
De inmediato empecé a enviar la información a todas las personas conocidas, pues entiendo que este suceso debe ser compartido en familia, especialmente con aquellos a quienes les encanta ir la playa.
Di muchas gracias a Dios porque,por suerte, esto le sucedió a un ser humano con los conocimientos necesarios para saber qué hacer en el momento y evitar un desenlace que, de ocurrirle a otro, pudiera ser fatal.
Visiblemente sorprendidos, mi marido y yo,mientras nos enterábamos del suceso, tuvimos el mismo pensamiento, como si nos hubiesen programado: “Si este evento le hubiese ocurrido a cualquier infeliz, “muerto de hambre”, de cualquiera de nuestros barrios marginados, es posible que al llevarlo al hospital más cercano, donde el médico, tampoco conociera el tema, le administraran un suero, y al no poder soportar el dolor tan intenso, es posible que hasta le diera un infarto y, finalmente, no se sabría de qué murió.
Otra reflexión es que, así como este pez usa su camuflaje para parecer una simple piedra, de igual forma existen seres humanos capaces de lucir indefensos, pero en su interior, pueden tener igual o más veneno que este pez asesino. Por lo menos, de él nos cuidamos evitando las playas, pero y de esos seres humanos, ¿cómo lo hacemos?
Por Epifania de la Cruz (epifaniadelacruz@ gmail.com / www.renacerparatodos.net)