Cuando era niña, hace como “mil años”, tuve la oportunidad de conocer a un vecino, que, por aquel entonces, era objeto de burlas de casi todos los moradores del sector, era algo así como el hazmerreír del barrio.
Convivía maritalmente con una mujer, que, años antes, fue “de la vida alegre”, como decimos los dominicanos para referirnos a las que se ganan la vida vendiendo su cuerpo.
Cuando conoció a ese señor, ya ella tenía algunos hijos, producto de relaciones anteriores, y ya estando con él, tuvo tres más, y toda la gente afirmaba que no era el padre de ninguno, y sin ningún disimulo, se burlaban de él, de manera muy cruel, sin ningún “miramiento”.
El personaje de esta historia nunca prestó importancia a los malignos comentarios, y siempre fue un verdadero padre para esos niños, prodigándoles amor, cuidado y ternura.
Pasados todos los años del mundo, los niños crecieron y la vejez se hizo presente, y ahora, ya adultos, ellos se han convertido en el único sostén de ese padre no biológico, como verdaderos hijos, como si fuera un regalo divino a aquel hombre que fue capaz de asumir un papel que muy pocos entendieron.
Hoy, después de tanto tiempo, sentada en mi rincón preferido, el más acogedor de la casa, pasó revista a lo sucedido y solo siento una profunda admiración por ese ser humano, que, quizás consciente de la imposibilidad de tener un hijo, tuvo la valentía de acoger a esos que la vida le puso en el camino, sin importarle la crueldad de tanta gente entrometida.
Excelente decisión, gracias a eso, hoy tiene los hijos que se merecía.
Por Epifania de la Cruz (epifaniadelacruz@ gmail.com / www.renacerparatodos.net)
*La autora es psicóloga clínica