Con lo dicho por el gobierno haitiano, de que esa nación tiene “pleno derecho” de extraer agua del rio Masacre, se declara oficialmente un conflicto entre Haití y República Dominicana, porque hasta ayer el primer ministro, Ariel Henry, decía que su administración se oponía al intento privado de desviar ese cauce.
La diplomacia haitiana desnuda su añeja praxis basada en el oportunismo y en aprovechar la condición de un Estado fallido que requiere asistencia internacional en todos los órdenes, aun cuando las elites roban de miles de millones de dólares de donaciones dirigidas a mitigar el infortunio de ese pueblo.
Con la orden de cierre total de la frontera, el presidente Luis Abinader, literalmente, ha cruzado el Rubicón de la historia y colocado su futuro político y electoral en ese barril sin fondo que es Haití, donde una minoría amamanta en su provecho ubres dirigidas a lactar a la población.
El gobierno dominicano condiciona retomar el diálogo con Haití a la suspensión inmediata de la construcción de un canal de riego que desviaría el curso del rio Masacre pero, ¿cuál diálogo? ¿Con cuál contraparte, si el primer ministro ha dicho que carece de fuerza para impedir ese despropósito?
Gobierno y elites haitianas aprovechan este conflicto para intentar unificar un discurso político y social que señale a su vecino como la causa primigenia de todos los males que padece ese pueblo, como ha sido siempre y lo será.
El presidente Abinader pronunciará el miércoles un discurso ante la Asamblea de Naciones Unidas (ONU), en el que abordará el conflicto con Haití y propondría vías de solución en base los convenios sobre aprovechamiento de cauces fronterizos. Ese sería un mejor escenario que la Comisión Bilateral Dominico Haitiana.
Quizás el Presidente pudo esperar un poco más antes de tomar tan drástica decisión de cerrar la frontera para dar oportunidad a líderes empresariales locales a convencer a sus pares haitianos a descontinuar con los intentos de desvío del Masacre, pero fue necesario enviar un mensaje contundente.
El mandatario, tal vez, ha sentido la presión de grupos ultranacionalistas y puede ser que sus asesores lo habrían convencido de que, además de defender la soberanía nacional, la clausura indefinida de los pasos fronterizos redituaría beneficios electorales. Se sabe cómo ha iniciado la crisis, pero no como terminaría.
El presidente ha cruzado el Rubicón en la firme convicción de que defiende la integridad de la República, por lo que toda la nación está compelida a acompañarle, toda vez que se requiere enviar un contundente mensaje a las grandes metrópolis de que no aceptaremos chantaje de Haití ni de nadie.
Por Orión Mejía