Que diferente sería nuestra vida si pudiéramos elegir a las personas con las cuales queremos compartir nuestro diario vivir, acorde a nuestro gusto. Sería algo perfecto.
Esa es una petición injusta que haríamos a papá Dios, ya que todo ser humano, es único e irrepetible.
Esa afirmación es la que sirve de base para determinar lo bien que nos sentimos con algunas, y el agotamiento que nos generan otras que se acercan a nosotros.
De manera personal, me siento sumamente agotada con aquellas cuyo tema de conversación siempre gira en torno a lo negativo. Las hay que cuando no sienten dolor, lo crean.
Una de las situaciones más incómodas para mí, es tratar con esas personas que siempre están agotadas, que si llegan de visita, no importa lo contenta que nos encuentren, siempre giran la conversación en torno al cansancio, y me ha sucedido con algunas, que se acomodan y se quedan dormidas, luego de pronunciar su agotador discurso.
Si son muy apreciadas, podemos intentar lograr el cambio, pero generalmente, ellas se sienten bien, debido a que están en su zona de confort, y si no hacemos un esfuerzo, aun cuando no sea su intención, logran dañar nuestros momentos, a tal extremo, que perdemos el interés en compartir.
De manera personal, quizás por mi temperamento, soy como una especie de imán para ellas, pero mi forma de actuar varía, si son pacientes que acuden a consulta, o si son personas muy cercanas que de manera repetida quieren adueñarse de mi espacio.
A esas últimas, con la mejor intención, les hago la observación de que no me gusta que me agobien de manera habitual y con la misma “melodía” repetitiva de siempre.
Definitivamente, especialmente en mi hogar, no estoy para escuchar las mismas lamentaciones, provenientes de las mismas personas, y no disimulo, trato de que se den cuenta. Fuera la negatividad, que para muchos es un estilo de vida.
Por Epifania de la Cruz (epifaniadelacruz@ gmail.com / www.renacerparatodos.net)
*La autora es psicóloga clínica