Pobre Dios

En todo el recorrido que a diario debo hacer por la vida, especialmente por el hecho de vivir en un barrio popular, lo que me permite interactuar con personas muy diferentes y tan especiales, que me obligan, en ocasiones, a pensar que esto es un plan divino para que nunca me falte la inspiración, y temas para escribir mis artículos, en cualquier conversación o incidente que suceda.

Sin proponérmelo, tengo una magia para atraer a la gente, por eso, casi todas las personas que pasan por el frente de nuestra casa me saludan y me llaman de diferentes maneras: jefa, reina, princesa, madame, mujer hermosa. Y otros más que ahora no recuerdo.

La situación se me pone en ocasiones tan difícil, que cuando mi marido está trabajando en la computadora, la cual está en la sala, he tenido que escoger un rinconcito en la galería, oculto al público, para que la gente, al pasar, no me vea observando lo que acontece por el sector, y las cosas que, sin proponérmelo, vienen a comentarme.

Siempre tengo temas en agenda.

Esto me ha llevado a enterarme de las diferentes actividades a que se dedican, positivas o negativas, las personas que me rodean, y lo mucho que todas ellas, al parecer, creen en Dios, a su manera, pero se ponen muy serias y respetuosas, cuando de hablar de este ser supremo se trata.

Es de esa manera como la mujer, que todo el mundo sabe que es infiel, el adicto, el que tiene fama de ladrón, los chismosos, los mentirosos, hacen ostentación de su creencia religiosa, y la defienden por encima de todo.

Analizando todo esto, he llegado a la conclusión de que todas las personas que se vanaglorian de su fe, antes de cometer un delito, o realizar un hecho bochornoso, por encima de todas las cosas, unen sus manos, y piden protección del ser supremo. ¡Pobre Dios!

Por Epifania de la Cruz (epifaniadelacruz@ gmail.com / www.renacerparatodos.net)

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