Dos amigas, llevan años compartiendo momentos importantes de su diario vivir, unas veces temas insignificantes, otras, cosas trascendentales, según sea la ocasión.
Una de ellas mantiene una arraigada creencia religiosa, y en sus conversaciones diarias, siempre está presente el nombre de Dios. La otra, a pesar de creer firmemente en la existencia de un ser supremo, no va a la iglesia.
Quizás, su ausencia de la Casa del Señor esté influenciada por la crianza materna, ya que, la única vez que su madre visitó una iglesia, lo hizo para rogar por la vida de su pequeña. Estaba tan enferma, que pensó que moriría.
Sin embargo, a pesar de las diferencias en cuanto a la forma de manejarse con Dios, entre ambas existe gran afinidad. A una de ellas le sorprendió el misterio con que la otra, igual que se hace con un niño a quien se reprende, le pidió, vehementemente, dejar de utilizar un término en específico.
Se refería a una expresión muy usada por esta cuando algo le salía mal, o cuando daba un “boche”, o hasta en un tono jovial, menciona al Diablo. Era muy común escucharla decir: ¡Anda al Diablo!
Ella, sin embargo, defendió a rajatablas el uso de esa expresión, por ser de un uso tan común en este país.
La otra, intentó rebatir este argumento apegándose a la biblia, pero, lamentablemente, tuvo que escuchar a la amiga decir, “sólo conozco detalladamente el Salmo 23. No veo razón para cambiar algo que forma parte de mi temperamento, con lo cual no le hago daño a nadie».
Buscando en papá Google se puede ver lo siguiente:
“No existe ser humano que realice un cambio en sí mismo si este cambio no surge desde su propia necesidad.
Sobre aquellas personas que quieren cambiar a los que están a su alrededor, el deseo de querer cambiar al otro no es nada más que una proyección nuestra.
Parece contradictorio, pero lo cierto es que cuando vemos algo en el otro que no nos gusta o no aceptamos, lo rechazamos. Entonces piensas: esa persona debería cambiar porque es lamentable que se comporte de tal o cual forma.
El hecho de querer cambiar al otro, no es más que una proyección propia de aquello que yo no quiero en mí. Cambiar no es algo que pueda pasar de un día para otro y requiere de un proceso. Quizás eres tú quien requiera cambiar y no el otro”
Fuente: http://www.psipre.com/queremos-cambiar-a-las-personas/
Aun cuando, aparentemente, ambas quedaron conformes, la amiga cuestionada todavía se pregunta por qué su amiga quiere que cambie, y por qué, habiendo compartido a diario durante tantos años, es ahora que le hace tal sugerencia.
¿Lo tomó en cuenta ahora o siempre le molestó y no se atrevió a solicitar el cambio que ella entiende debe hacer?…
Por Epifania de la Cruz (epifaniadelacruz@ gmail.com / www.renacerparatodos.net)
*La autora es psicóloga clínica