América Latina busca afanosamente recuperar valores políticos, culturales e históricos extraviados entre trastos rotos de tormentas económicas, aunque grupos dominantes nativos y foráneos solo desean estabilizar indicadores económicos sin importarles que se degraden las identidades nacionales.
En recorridos por caminos diferentes, algunos de los cuales conducirían a ninguna parte, los pueblos del continente bregan por rescatar su cultura a la par con la perenne lucha social por alcanzar anhelados estadios de equidad y justicia.
Chile, Venezuela, Perú, Brasil, Colombia, Ecuador, Bolivia, Argentina y México marchan en dirección a sus propias identidades, aunque los senderos que se recorren conllevan peligrosos acantilados políticos formados durante decenios de explotación económica y discriminación étnica.
Centroamérica y el Caribe padecen con mayor crudeza la epidemia global que degrada valores intrínsecos relacionados con la historia, folclor, idioma, gastronomía, flora, fauna, literatura y… ¡familia!, porque los aires de la globalidad llegan a estos predios cargados de toxicidad con el objetivo de convertir a los ciudadanos en zombis.
La generación otoñal recuerda la sociedad de entonces caracterizada por una escuela básica modélica, instituciones sociales y culturales que promovían convivencia basada en la honestidad, universidades que promovían el humanismo, la investigación científica y la ética profesional.
Sino en la familia, en el barrio o comunidad rural sobraban los ejemplos de hombres y mujeres humildes y honorables que descollaron en oficios y profesiones que transmitieron a la juventud en un magisterio solidario que se extingue.
Atrás quedaron los días cuando la juventud bailaba nuestros ritmos folclóricos como merengue, mangulina, carabiné, sin desdeñar la música estadounidense y latinoamericana a través de sus grandes intérpretes. ¿Qué es lo que se escucha y se baila con mayor profusión hoy en día?
República Dominicana figura entre las pocas naciones de la región que invierte en educación un porcentaje fijo (4%) en relación al PIB, pero eso ha servido de poco, porque hoy la escuela como institución social está más degradada que nunca.
La histórica Ciudad Nueva, con sus baúles repletos de orgullo patrio, ha sido sustituida por la “la 42”, sede de urbanos y drogas, como referente de la juventud, como si el plan de transculturización procuraría reemplazar el emblemático escenario de la dominicanidad por una caricatura de la famosa calle de Nueva York.
La nación no debe conformarse con tener una economía resiliente; es preciso que gobierno y sociedad pongan en primer plano el compromiso de restaurar valores que resaltan la nacionalidad, los cuales no se identifican en dólares, sino en cultura, historia y tradiciones dominicanistas.
Por Orión Mejía