Dice La Sagrada Escritura, que yendo Jesucristo a Jerusalén pasaba por Samaria y que a cierta distancia 10 leprosos clamaron: ¡“Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros.”¡
El texto en el libro de Lucas 17:11-19 nos muestra un grito desesperado profundo de estos hombres que no tenían mayores esperanzas a no ser Jesús.
Era bien conocido que en aquellos tiempos la enfermedad de lepra era incurable y también conllevaba un problema social; porque la persona que la padecía era aislada y, lanzada a vivir una vida cruel y miserable.
Pero que bien es saber que en ese desierto Jesús cruza por su camino para decirles estoy aquí.
Lo mismo sucede en el mundo de hoy lleno de todas enfermedades incurables, incluyendo la peor que es la insatisfacción material.
Cristo en sus días en este planeta nos advirtió del amor al dinero, la ansiedad y a no prestar gran atención a lo material: “por nada estéis ansiosos”.
Es lo mismo que luego repetirá Pedro: “pongan Todas sus preocupaciones y ansiedades en las manos de Dios, porque él cuida de ustedes”.
Y en su libro el profeta Isaías capítulo 53 había señalado que el Mesías por su sacrificio vicario las enfermedades se la había llevado viéndose esto en el porvenir; “ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados”.
En ese mismo instante se convirtió esta profecía de doble cumplimiento en realidad.
Viéndola en su contexto es un llamado a tener fe y esperanza aún en los momentos difíciles de nuestra existencia.
El texto bíblico nos presenta que después del gran acto divino de piedad y misericordia con estos hombres leprosos; solo uno tuvo la gratitud de reverenciar al Único y Verdadero Dios Padre de Jesucristo.
Así hay millones en el mundo que no importando la misericordia humana y aun mayor las sanaciones que Jesús haya hecho en su vida, dejan brotar su ingratitud con el prójimo y también terriblemente con Cristo.
Si alguno dice: “Yo amo a Dios, pero aborrece a su hermano, es mentiroso. Porque el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?. Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano”.
Ahora bien, volviendo a uno de los leprosos y la conversación con Jesús; la felicidad de este ser humano agradecido no fue que encontró en Cristo su sanación, sino el perdón del pecado y la salvación eterna de su alma.
“Y respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero? Y le dijo: levántate, vete; tu fe te ha salvado”.
Es por tanto que las señales son para los incrédulos, pero hay muchos conversos que actúan como fatuos y aun profesando amar a Dios son ingratos.
Por Javier Fuentes
El autor es politólogo, especialidad en Administración Pública. Reside en el Bronx, Nueva York