Generalmente, cuando hablamos de ladrones, pensamos en aquellos seres humanos que atracan, roban dinero, estafan, etc., pero en los últimos días he presenciado dos acontecimientos que me han hecho llegar a la conclusión de que las acciones antes mencionadas no son las únicas formas de catalogar a un ser humano como un vulgar ladrón.
Primer caso:
En una esquina del populoso barrio donde vivo, un señor, sumamente laborioso, tiene un puesto de vender víveres, vegetales, y algunas frutas, el cual atiende con todo el esfuerzo posible, ya que es bien visible su delicado estado de salud, pero pone todo su empeño para ofrecer un servicio de primera a sus clientes.
Hace unos días, me detuve a comprarle algunas cosas, en ese momento llegó un señor, y le preguntó el precio de unos paquetitos de verduras. El marchante le contestó que a RD$15.00 cada uno. El susodicho volvió a cuestionar, y en esta ocasión, se lo repetí.
Pasaron unos segundos y, prácticamente ante nuestros ojos, el señor tomó los dos y solo pagó uno. Ambos nos quedamos anonadados. El vendedor me preguntó si mis ojos vieron los que él vio. Luego de contestarle afirmativamente, me dijo que ese hombre no tenía necesidad de hacer eso, pues era dueño un gran negocio de vender pollos asados, con una excelente clientela.
Segundo caso:
Mientras hacía un turno para realizarme un estudio en un prestigioso centro de esta ciudad, llegó un señor, sumamente elegante, con una vestimenta que valía un dineral. Al momento de ir a la maquina donde se digitaba el servicio que él requería, no sé de qué recursos se valió para tomar un turno que no le correspondía; tal parece que hipnotizó a la eficiente empleada que supervisaba eso, y aún estando la sala llena de gente, prácticamente solo nos percatamos una señora a la cual se le fue alante en el turno, y yo, que le di gracias a Dios porque no me vi afectada.
Para mí en los dos casos, esos personajes son vulgares ladrones. El primero encaja perfectamente en lo que es la cleptomanía, la cual puede definirse como “Trastorno de la salud mental que consiste en la incapacidad recurrente para resistir el impulso de robar objetos que, por lo general, no necesitas. A menudo, los artículos robados no son de gran valor y podrías haberte permitido comprarlos.” Fuente: https://www.mayoclinic.org/
En el segundo caso, como no se adapta fielmente a la definición, de manera personal, prefiero considerarlo como un estafador, sin escrúpulos, de poca monta. ¡Qué pena que existan personas así!.
Por Epifania de la Cruz (epifaniadelacruz@ gmail.com / www.renacerparatodos.net)
*La autora es psicóloga clínica