Muchas veces, entre los seres humanos suceden malos entendidos, debido a que, al momento de intentar resolver algunas situaciones, creemos que estamos utilizando las palabras adecuadas, y resulta que es todo lo contrario; en ocasiones sucede que por nuestras bocas salen expresiones totalmente divorciadas de lo que dice nuestro cuerpo.
Es sano tener esto siempre presente, especialmente cuando sentimos la necesidad de reclamar algo a alguien. Lograremos mejores resultados, si lo primero que intentamos es mantener la calma, impidiendo que las emociones negativas sean quienes dirijan el diálogo.
Para que nuestro intento de buscar una solución no colapse, debemos ser cuidadosos con lo que dicen los cuerpos, el tono que ponemos en nuestras palabras, y algo muy importante: saber elegir el momento y lugar adecuados.
Leyendo el libro La paradoja del chimpacé, aprendí lo siguiente:
– Al reclamar debemos utilizar siempre la primera persona (yo- a mí).
– Prestemos atención a si nuestro interlocutor tiene los brazos cruzados, eso significa que está a la defensiva, o que se siente agredido.
– Cuando estamos con alguien que nos agrada, nuestras pupilas se dilatan, logrando esto que los demás se sientan a gusto con nuestra compañía. En caso contrario, las pupilas tienden a contraerse, lo cual también es percibido por la otra persona.
Todas estas recomendaciones nos ayudan de manera eficaz, especialmente cuando nos vemos en la necesidad de resolver un conflicto. Nunca debemos permitir, por ejemplo, que una emoción tan negativa como la rabia, sea quien dirija un encuentro con otra persona, de la cual necesitamos conseguir que cambie una posición que nos está afectando. Ante todo, debemos actuar con cordura, esta debe ser nuestra carta de presentación.
Por Epifania de la Cruz (epifaniadelacruz@ gmail.com / www.renacerparatodos.net)
*La autora es psicóloga clínica