Por más años que tengamos encima, la palabra cambios, siempre debe ocupar un lugar en nuestras vidas.
Aferrándome a esta creencia, hago un mea culpa de algo muy penoso que me sucedió en el barrio donde vivo, pero que luego me llevó a concluir, que, aunque tengo una edad avanzada, todavía es posible modificar algunos hábitos, que no son nada favorables.
Por mi forma de ser, alegre y amistosa, conozco un sinnúmero de gentes, con quienes, sin llegar a ser amigos personales, interactúo, pero generalmente, no me preocupo por saber sus nombres. Soy tan “especial” que en ocasiones les pongo apodo, por ejemplo, cuando le tengo mucho cariño a alguien, a veces le digo mono(a), dependiendo su sexo.
Fue por todo esto que me sucedió, que alguien que siempre me saludaba con mucho respeto, cariño y humildad, falleció, producto de ser atropellado por una guagua. Todo el mundo por el sector, de manera inmediata se solidarizó y me comentaban lo ocurrido, mencionando el nombre del fallecido, que obviamente yo no conocía.
Pasé por donde estaba el velatorio, y vi una cantidad de vecinos conocidos, lo cual me inquietó porque entendí que eran familiares del muerto, pero no entré, debido a que andaba con una blusa amarilla, y mi formación me impide hacer algo así.
Llegué lo más rápido que pude a mi casa, hice el cambio adecuado, y marché a ver quién era el difunto.
Mi sorpresa fue mayúscula, pues como no sabía el nombre, no pude asociarlo, a pesar de tantas veces que me dijeron quién era. Realmente perdí el control y cuando frente al ataúd lo identifiqué, las lágrimas corrían a raudales por mi rostro, sintiendo mucha culpa por mi forma de ser.
Finalmente, me prometí solemnemente que esto no va a volver a suceder, y desde ya empecé a hacer los cambios necesarios para que esto no se repita.
Juan, ¡paz a tus restos!
Por Epifania de la Cruz (epifaniadelacruz@ gmail.com / www.renacerparatodos.net)
*La autora es psicóloga clínica