Han transcurrido más de dos décadas del siglo 21, un período marcado por avances tecnológicos asombrosos. No obstante, nuestra clase política no ha logrado solucionar los problemas esenciales que afligen a la población.
Peor aún, han incrementado la deuda pública en un factor de 20 y han saqueado sin piedad los recursos naturales y económicos de nuestra nación.
Ahora es el momento crucial de replantear nuestra visión de progreso. Necesitamos adoptar una perspectiva política que priorice el desarrollo social, basado en la dignidad, la igualdad, el respeto y la cooperación, donde la economía esté al servicio de las necesidades humanas, y no al revés.
Es el tiempo de fortalecer la familia, pilar de nuestra sociedad, para impulsar el crecimiento social. Debemos inculcar en nuestras políticas educativas la enseñanza de principios y valores y garantizar que cada individuo tenga la oportunidad de satisfacer sus necesidades básicas, viviendo con la dignidad que cada ser humano merece.
La integridad, el respeto, la transparencia y la eficiencia deben ser más que meras consignas.
Son principios fundamentales que deben guiar la actuación de todas nuestras instituciones. Solo así lograremos una sociedad en la que cada persona, dotada de educación y habilidades, pueda convertirse en el motor de su propio desarrollo.
La educación es más que una simple herramienta. Es la llave que abre un universo de oportunidades en un mundo en constante cambio.
El Estado tiene el deber de dirigir sus esfuerzos y recursos hacia la reducción de las disparidades, mitigando tensiones sociales y generando seguridad.
No podemos ignorar la realidad de que, sin cambios estructurales significativos, la pobreza seguirá en aumento. Esta situación es un síntoma de un sistema desgastado, injusto y desigual.
No podemos, ni debemos, seguir ciegos y sordos ante este desafío.
En nuestras manos yace la posibilidad de transformar este desgarrador panorama de desigualdad e injusticia en un horizonte de derechos y oportunidades para todos. En nuestras acciones cotidianas, en nuestra demanda de cambio, y en nuestra determinación de crear un mundo más justo, reside la semilla de la revolución que necesitamos.
La pobreza y la miseria son una llamada de auxilio que no podemos seguir ignorando. Cada ser humano merece vivir con dignidad.
La pobreza de un pueblo y la opulencia de sus líderes son una vergüenza inconcebible para cualquier nación. Si no enfrentamos a los arquitectos de este sufrimiento, el futuro que nos espera será catastrófico.
No podemos responder con indiferencia al eco de los gritos de los desfavorecidos. Cada minuto que pasa sin actuar, la pobreza toca a más puertas. Es nuestro deber abrir las nuestras. Detrás de cada cifra de pobreza hay un rostro, un corazón y un sueño. No podemos fallarles.
Unidos podemos, y debemos, construir un país mejor. Ahora es el momento. Este es nuestro llamado a la acción. Este es el grito de aquellos que no tienen voz. Esta es nuestra responsabilidad. Y juntos, podemos hacerlo realidad.
En el Frente Cívico y Social (FCS) entendemos que debemos replantear nuestras prioridades para enfocar nuestras acciones en el bienestar general y garantizar que la economía esté al servicio de las necesidades humanas actuales y futuras.
Es indispensable construir un pacto social que incluya a todos los ciudadanos y nos permita soñar juntos el país que queremos legar a las próximas generaciones.
Imaginemos un país en el que nuestros hijos y nietos puedan crecer sin miedo, donde la oportunidad no sea un privilegio sino un derecho. Un país en el que nuestros gobernantes trabajen incansablemente por la dignidad de todos, no sólo de unos pocos.
Visualicemos un futuro en el que no haya lugar para la pobreza, porque hemos decidido que es inaceptable.
En el FCS creemos que esto no es simplemente un sueño lejano, es un futuro posible, es un camino que podemos elegir recorrer.
Pero, debemos hacerlo juntos, uniendo fuerzas, voces y voluntades.
Despierta RD!
Por Isaías Ramos
*El autor es presidente del Frente Cívico y Social (FCS)