Cada vez que en nuestra casa nos enteramos de algún evento novedoso que haya ocurrido en el barrio, siempre surge el comentario de que soy afortunada, debido a que tengo la facilidad de escribir, que nunca se me van a agotar los temas.
Una mañana, mientras comentaba con alguien a quien aprecio mucho, una situación muy triste que le sucedía a una persona, una vecina, que tiene todos los años del mundo viviendo en el sector, me hizo la siguiente dramatización:
“En este barrio, conozco la historia de todos los tígueres que nacieron aquí de cincuenta años para abajo.
En días pasados estaban murmurando a Pindorito (nombre ficticio), decían que él tenía mucho más de medio siglo, que era más viejo que Matusalén.
De manera inmediata intervine, le dije que la única que sabía el día y la hora exacta en que nació, era yo, porque conjuntamente con una vecina, le practicamos el parto a su madre.”
Totalmente sorprendida le pedí que me narrara el evento. Me contó que cuando a la madre del joven le llegó la hora del parto, le voceó por una ventana que estaba pariendo.
“Acto seguido, mi asistente y yo, buscamos un cuchillo y una tijera, procedimos a esterilizar ambos instrumentos con cera caliente, y luego a desinfectar con Bay rum y alcohol, y manos a la obra.
Luego de completada la acción, colocamos la criatura en una batea, y procedimos a dar los toques finales a la recién parida”.
Horrorizada e imaginándome la escena, realmente sentí mucha pena por alguien nacido en esas condiciones, que ya tiene más de cuatro décadas, que luce como un ancianito, y hasta la fecha, se podría decir que no existe, pues no tiene ni siquiera certificado de nacimiento, y las drogas lo han convertido en un desecho humano. ¡Qué realidad tan triste!
Por Epifania de la Cruz (epifaniadelacruz@ gmail.com / www.renacerparatodos.net)
*La autora es psicóloga clínica