En los comicios del 16 de mayo de 1974 ejercería mi primer voto, pero la oposición se abstuvo de participar bajo el alegato de fraude y represión política, por lo que se dejó expedito el camino al tercer mandato del presidente Joaquín Balaguer, razón por la cual no emití el sufragio.
La Policía de ese tiempo apresaba a jóvenes, en cuya cedula de identidad no figurara el “sellito” con la inscripción de “votó en las elecciones de 1974”, un serio problema que resolvimos con la instalación de “mesas electorales clandestinas” en traspatios y callejones.
En esos lugares acudían muy discretamente decenas de estudiantes, obreros, profesionales, comerciantes y amas de casa a “ejercer su derecho al voto”, sin necesidad de marcar ninguna boleta, pero se requería entintar el dedo índice del sufragante.
Confieso que tuve mi propio colegio electoral instalado en el callejón lateral de la farmacia de mi padre, un hombre muy conservador que prefirió depositar su voto en una mesa convencional, aunque no creo que supiera que en su propio feudo instalamos otra muy concurrida y funcional.
Esta anécdota se cuenta 50 años después, justo el día cuando acudo a una de las mesas electorales del Colegio De La Salle a ejercer mi voto libremente, un derecho conquistado por el pueblo dominicano a base de mucho sacrificio, sudor, lágrimas y sangre.
La democracia se nutre de la voluntad popular
En las elecciones de 1978, que ganó el presidente Antonio Guzmán, me toco fungir de delegado político ante una mesa electoral ubicada en el barrio Capotillo, donde todo transcurrió en relativo orden, hasta el momento cuando procedimos a contar los votos emitidos.
Cerca de las 7:00 de la noche llegó al recinto un camión repleto de civiles y militares que irrumpieron tras desvencijar la puerta de madera, y de inmediato un oficial ordenó reanudar las votaciones con nuevos votantes. Lo demás es historia que otro día se contará.
Hoy tenemos el privilegio de formar parte de los ocho millones 145 mil 558 dominicanos convocados para escoger con nuestros votos a las autoridades que regirán los destinos de la nación desde los poderes Ejecutivo y Legislativo. Esa ha sido una valiosa heredad de generaciones anteriores.
La democracia se nutre de la voluntad popular expresada en las urnas, fuente esencial del derecho, por lo que el buen ciudadano debe acudir hoy al colegio electoral y sufragar por lo que dicte su conciencia, en el entendido de que así se construye una nación libre, soberana y próspera.
Por Orión Mejía