En mi época de estudiante del Instituto Dominicano de Periodismo (IDP), el día sábado perdió la categoría de día sagrado que tenía para mí, pues lo esperaba con ansias durante toda la semana, por las discusiones enriquecedoras que se producían, claro, prohijadas por un cuerpo docente de envidiables cualidades didácticas e intelectuales.
Era un lujo tener profesores de la calidad de un Don Mariano Lebrón Saviñón; Salvador Pittaluga Nivar; Adriano de la Cruz (Decano del IDP); Giuseppe Rímoli Martínez, entre otras tantas luminarias del conocimiento y de la palabra escrita que desfilaron por esta prestigiosa institución.
Traigo estos recuerdos a colación porque la idea que da origen al título de este escrito, está estrechamente ligada a mis días en el IDP. Recuerdo que, a propósito de una de esas discusiones de las que hablo, el profesor Adriano de la Cruz se sintió sumamente extrañado, pero de buena manera.
Resulta que, en medio de una de esas explicaciones gráficas con las que Adriano solía recrear sus enseñanzas, me referí, como para significar que no todo estaba perdido, a Francis Fukuyama y el fin de la historia. A lo que el querido profesor expresó algo así como: “No sabía que ustedes estaban a ese nivel”, no lo recuerdo muy bien, pero en esencia, esa fue su expresión.
Las discusiones de ese día giraron en torno a la inversión de valores que se advertía en la sociedad de ese entonces (1992), a lo que Adriano señalaba, con cierto aire de presagio, que estábamos en los albores de la era del hombre light.
Confieso, que en ese momento no lo entendía, pensaba que solo se trataba de conceptos emitidos por un ilustre, que para la fecha, aseguraba leer unos cinco libros a la semana.
Sin embargo, el tiempo le dio la razón, y para ser honestos, con los ejemplos que a diario nos muestra la sociedad de hoy, podemos concluir, sin temor a equivocarnos, que el profesor Adriano se quedó corto.
Jamás pensé que sería testigo presencial de una sociedad que vive totalmente de espaldas a la lectura, a la poesía, a la buena literatura, a la buena música, al bolero, en fin, tan distante de las mágicas historias y los perfiles variopintos de los personajes macondianos.
Y qué decir de aquellos entrecruces de historias diferentes, mezcla de ficción y realidad, diálogos entrecruzados en los laberintos de un monólogo interior, en la Comala de Rulfo.
Hoy todo es distinto, solo hay que ver, en las redes sociales, las cosas increíbles que son capaces de hacer las personas, todo por un “like”.
Y me atrevo a afirmar, que los medios tienen su cuota de responsabilidad, porque contribuyen con el propósito de esta nueva modalidad, donde cada quien se lanza en una carrera desenfrenada, en busca de sus “cinco minutos de fama”.
Por Daniel Rodríguez González.