El proyecto de democracia en construcción, en que se encuentra hoy la sociedad dominicana, está corrompido y tergiversado de pies a cabeza. Quienes han gobernado desde Trujillo a la actualidad, han impuesto la cultura del “dame lo mío”.
Esa cultura del “dame lo mío” se evidencia al más alto nivel en las sucesivas modificaciones que se continúan haciendo a la constitución dominicana, al acomodo de los gobernantes de turno. Se evidencia igualmente, en la desconfianza hacia las instituciones y la falta de respuestas a los reclamos de derechos sociales y económicos elementales.
Duarte murió para nada, enfermo, olvidado y desterrado. Casi nadie recuerda cuando Francisco del Rosario Sanchez proclamó en la frontera, momentos antes de ser fusilado, que era la bandera dominicana.
Pocos se ocupan de ejercitar su memoria con hechos más reciente de gestas de nuestros pro- hombres por las libertades y derechos del pueblo dominicano, como fueron Manolo Tavares, el coronel Rafael Tomas Fernández Domínguez, entre otros.
La formación de nuestros antepasados no fue forjada con el acero de la disciplina o el honor, con que se formaron pueblos como China o Japón. No sufrimos los rigores de las sociedades capitalistas de las que hoy somos reflejo.
Ya nadie en la actualidad piensa en la patria, muy pocos recuerdan los esfuerzos de Duarte y demás trinitarios. tampoco se recuerdan los sacrificios de las Hermanas Mirabal y muchos otros héroes sin nombres.
Todo aquello que debe inspirar y llenar de orgullo a quien diga ser dominicano vale menos que nada, con la agravante de que, lo que resulte sea peor a lo que tenemos, debido sobre todo, al bajo nivel educativo de la mayoría de la población.
La historia la hace la gente que sigue aquí presente, con sus abuelos, sus padres, sus hijos y nietos. Estamos aquí, mansos y cimarrones, vende patria y traidores, también aquellos que no quieren olvidar la sangre derramada.
El progreso se alcanza con la disciplina, el trabajo y una consciencia acabada del compromiso que significa el esfuerzo que hagamos en el presente, para el futuro de las generaciones que nos sucedan.
No tenemos una gran historia que mostrar, apenas unos soñadores con aires de independencia, una República bananera, para los que se hacen llamar “el primer mundo;” pero puede que, más temprano que tarde, decidamos caminar el camino con nuestro propio esfuerzo y, eso sí lo tiene que entender todo el mundo.
Por Ebert Gómez Guillermo